viernes, 26 de septiembre de 2014

La mala Victima*. Ileana Arduino**

Melina Romero fue presentada, como muchos otros jóvenes pobres, por sus carencias: ni estudiaba, ni trabajaba, ni era una "buena adolescente". Confirmada su muerte, hoy no es una buena víctima. Para Ileana Arduino, abogada con experiencia en políticas de género, el caso Melina es la consecuencia de modos de relación dominante: vivimos en sociedades que enseñan a las niñas a no ser violadas en lugar de enseñar a los varones a no ser violadores.
1. Una niña de 17 años aparece embolsada en plástico negro, sumergida en aguas podridas del conurbano bonaerense, abonando así al rito ya reiterado de cuerpos de mujeres tratados como basura. Como un acto reflejo, la misoginia motorizada por la maquinaria comunicacional hegemónica abusa de su extendida empatía, apunta y dispara, sin rodeos hacia ella (s).
2. Asistimos por estos días al discurso que se concentró en la víctima con oscilaciones más o menos explícitas hacia otra mujer, su madre. La condición policial del padre, que atendiendo el lugar de los hechos y la tradición de crímenes mafiosos que atraviesa a la institución que integra podría habilitar las más diversas especulaciones, fue puesto en la escena mediática al solo efecto de reforzar cuán desobediente, cuán desafiante ha sido esa niña y sus opciones de vida.
3. Ese empecinamiento en culpar a la víctima resurge con un vigor intacto y excede la irresponsabilidad individual o corporativa de quienes lo han expresado. Desde que se ha reconocido a la dimensión simbólica y la expresión mediática como formas de violencia de género, hubo conquistas y avances, pero casos como el de Melina marcan cuán difícil es el camino para la remoción de los dominios del patriarcado. La reinstalación de estos discursos que culpan a la víctima es una oportunidad para insistir respecto de algunas otras cuestiones que suelen quedar opacadas por la violencia del hecho ocurrido y neutralizadas por la provocación discursiva.
  4. El mecanismo busca reforzar la idea de que aquellas chicas que asuman lo que en los varones es visto como atributo sean responsabilizadas por ello, por pasar sus días buscando, parafraseando a Lydia Lunch, satisfacción, o peor aún, su satisfacción. No importa si esas son las circunstancias del caso de Melina, pero en todo caso la oportunidad, y lo poco que se sabe acerca de dónde fue vista, fueron desprolijamente amalgamados en una serie de lugares tan comunes como sexistas. A pocos días de sus desaparición, Melina empezó a ocupar la escena bajo una serie de expresiones negativas, muy en línea con esa operación ideológica que reduce la biografía de los y las jóvenes pobres a ser definidos por la carencia, los “Ni Ni”. Ella ni estudiaba, ni trabajaba, ni era una buena niña, por lo tanto no es hoy una buena víctima.   5. En este punto, basta con tomarse unos minutos para evocar la forma en que Ángeles Rawson, del barrio de Palermo era presentada públicamente para constatar que entre nosotros también es posible encontrar aquella forma diferenciada de tratamiento categorizada con la noción de “víctima blanca” en los Estados Unidos, lo que constituye casi una redundancia. Todo lo que en el perfil público de Ángeles u otras “buenas víctimas” aparece definido como pérdida de oportunidad, como vidas inexplicablemente truncadas, “arrebatadas” se suele decir, en casos como el de Melina, aparecen definidos como carencias, se las presenta como causas, y a ellas como responsables.   6. Esta distinción y el modo en que se refuerzan las diferencias políticamente construidas y discursivamente reforzadas podría apoyarse, con ayuda de Judith Butler, en las nociones de precariedad de la vida y la existencia diferenciada según seamos o no dignos, o dignas, de duelo. Así, en el texto introductorio de “Marcos de la guerra. Las vidas lloradas”, Butler enseña que la precariedad es constitutiva de toda vida mientras que la precaridad es ya una condición política inducida que diferencialmente expone a las personas. Podríamos aventurar que entre ambas vidas, Angeles y Melina, hay una precariedad compartida en términos de género, que converge con la precariedad diferencial de Melina. Desde la presentación discursiva dominante, algunas pérdidas de vida nos son presentadas como dignas de llanto, mientras muchas otras aparecen condenadas a soportar una exposición diferencial a la violencia y la muerte,  y por lo tanto, a ser sustraídas de la solidaridad empática a través de una hiperdiferenciación entre ellas y nosotros.   Se configuran así escenarios en los que, sin identificación afectiva debido a la ausencia de una “buena víctima”, se  presentan límites para la reacción política. Esta reacción, señala Butler, está asociada al duelo frente a la injusticia o la pérdida insoportable y, en tanto tal, podría conducir a las transformaciones.   Aquí existe un amplísimo abanico de interpretaciones y lecturas posibles acerca de la captura televisiva de los casos. Sólo por plantear una pregunta elemental: ¿qué factores movilizan o paralizan una reacción social más amplia o condena a los casos a licuarse en el olvido?  
7. Retomando la cuestión desde una perspectiva de género, cuando vemos la intensidad del reproche que le dirigen a Melina y el recorte que sin azar hacen para perfilarla, es casi imposible no evocar el comienzo implacable de “Paradoxia. Diario de una depredadora” donde Lydia Lunch decía: “Los hombres – un hombre, mi padre­- me trastornaron de tal manera que llegué a ser como ellos. Todo lo que adoraba en los hombres, ellos lo despreciaban en mí: indolencia, arrogancia, terquedad, desafecto y crueldad. De naturaleza fría y calculadora, era inmune a todo lo que no fuera mi propio interés. Nunca fui capaz de admitir las repercusiones de mi comportamiento”.   Ese padre, esos hombres, el patriarcado capitalista o el capitalismo patriarcal en fin, están ahí, operando social y culturalmente la construcción de las niñas como objeto de consumo privilegiado. Y convocándolas explícitamente a construirse bajo la premisa que impone una precoz hipersexualización de las identidades para luego reducirlas a la cosificación más extrema.   Al mismo tiempo, aunque jerarquizados, los varones son, tal como enseña Rita Segato en “Las estructuras elementales de la violencia”, presionados por la moral tradicional y el régimen de estatus a reconducirse todos los días, por la maña o por la fuerza, a su posición de dominación. Ambas trayectorias, por razones distintas, son degradantes.   8. Cuando resultan exterminadas por el dispositivo sancionador machista, si no logran superar el estándar de la víctima acorde con las expectativas, serán doblemente lapidadas, primero por sus victimarios, luego por el discurso dominante que, tras machacar con que la clave del éxito está en la disposición (para los demás) de sus cuerpos, en la misma operación las condena por eso.   Este último golpe de domesticación es parte indispensable de esa violencia expresiva  y como tal está dirigida a las que escuchan: para que aprendan a ser buenas chicas y vean cuál es el lugar correcto, por dónde circular y por donde no; y si aún las cosas van mal, al menos serán confirmadas como buenas víctimas. Incluso si mueren, podrán ser víctimas perfectas. Claro que si son blancas, ese es un camino menos escabroso.   9. El entramado de prácticas de sujeción basadas en el género fluctúa entre la invisibilidad de la opresión autoadministrada con la que nos regulamos y esa violencia expresiva que tiene sus vectores en muertes como la de Melina. La reacción despiadada dirigida a responsabilizar a la niña ofrece una música reconocible a quienes ancestralmente estamos inmersos en estructuras sociales en las que la seguridad de lo “femenino”, la preservación del cuerpo de ellas, es una responsabilidad que les es asignada en primer lugar. A diferencia de otros bienes como el de propiedad -que el Estado defiende como bien jurídico incluso si nosotros como titulares nos opusiéramos a que el robo de lo que nos pertenece sea investigado-, el cuidado del cuerpo femenino es, según se nos enseña desde muy pequeñas, tarea primaria de las mujeres. Ese cuidado está sostenido por un conjunto difuso de represiones, en particular aquellas que son administradas por la vía de la autorregulación y la autocensura basadas en estereotipos, conformándose así una primera malla de dominación hegemónica. Cuando ese tejido no funciona o es desafiado por quienes debieran portarlo, aparece como recurso privilegiado el reflejo de la responsabilizar a la víctima.
10. La investigación judicial puede ser llevada de las narices por la performance de las coberturas televisivas. Y así se complejizan las posibilidades de hallar una verdad que se debe construir sobre la base de procedimientos que muchas veces no logran conformar las ansias del rating. Antes que regular o mitigar a fuerza de avance y eficacia las distorsiones comunicacionales, son los procesos judiciales los que acaban marchando al ritmo del timing mediático.   Para ocuparse de lo que ocurrió, habrá tiempo cuando la atención se desvíe hacia otro lado, si es que la pérdida de un tiempo inicial que todos repiten como determinante pero pocos respetan, puede ser recuperado.   Por lo pronto, además de contradecir pautas humanitarias básicas, la circunstancia de que la familia se enterara del hallazgo del cuerpo de la niña por la televisión advierte sobre una desconexión sustantiva entre los responsables de la investigación y las víctimas directas del caso. Ojalá ello fuera un aprendizaje tras aquel macabro despliegue de aparato que supuso el hallazgo del cuerpo de Candela. Además de convocar al Gobernador y la televisación en cadena nacional en vivo del encuentro de la madre con el cadáver de su hija, el caso Candela dejó claro que la escena del hallazgo y su custodia no formaban parte de las previsiones elementales de los responsables de la investigación, lo cual sólo resultaría excusable si el lugar no tenía relevancia alguna.    Si es así y lo sabían anticipadamente, entonces las explicaciones que deberían dar policías y fiscales involucrados debería ser sobre cuestiones más problemáticas, algunas de las cuales aparecen puntillosamente indicadas en el informe que, sobre el caso y sus irregularidades,  llevó adelante el Senado provincial.  El modo en que aparece espectacularizado el caso en su tratamiento mediático, hacen inevitable la comparación con lo sucedido con Candela. El destrato hacia el cuerpo en las circunstancias del hallazgo es una continuidad de la violencia expresiva del crimen.   También conduce a esa evocación y sugiere reflexiones pendientes, la recurrencia de esconder el cuerpo durante varios días y su aparición en una bolsa de basura, en algún rincón del conurbano bonaerense. Claro que la edad de Candela, unos años más pequeña que Melina, impidió que el tono dominante fuera el de su responsabilidad, asignada completamente a su mamá. En Candela tampoco faltaron referencias a su sexualidad, innecesarias y violatorias de su privacidad, que resultaron lo suficientemente efectivas para ir esmerilando su condición de buena víctima.   11. Resulta indispensable contextualizar estas muertes violentas de mujeres y niñas no como una excepcionalidad ni desconectadas de otras formas de violencia. No son hechos monstruosos que irrumpen en una realidad que es sacudida por ellos, son cosustanciales a los modos de relación dominantes, allí se gestan y están contenidos.   Son expresiones extremas de configuraciones sociales y culturales en las que concurren violencias de distinta intensidad, que se mantienen activas mediante pedagogías orientadas a reforzar aquello que la militancia feminista denuncia a lo ancho del mundo: vivimos en sociedades que enseñan a las niñas a no ser violadas en lugar de enseñar a los varones a no ser violadores.

* Articulo de la revista Anfibia. Universidad Nacional de San Martín.
El presente artículo si bien está escrito por un profesional abogada, consideramos importante la lectura del mismo ya que se  vierten algunas conceptualizaciones que adhieren a la ética del psicoanálisis en relación al tema que aquí se trata.

**Ileana Arduino  es abogada con orientación en Derecho Penal, experta en seguridad y políticas de género. -Secretaria de Políticas de Prevención y Relaciones con la Comunidad del Ministerio de Seguridad de la Nación y Subsecretaria de Articulación con los Poderes Judiciales y los Ministerios Públicos. Asesora de la Presidencia del Consejo Nacional de las Mujeres donde desarrolló y coordinó el Programa de Escuelas Populares de Formación en género. Es coautora de investigaciones sobre reformas procesales y género. Fue consultora para el desarrollo de legislación penal con perspectiva de género en República Dominicana y Guatemala.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Psicoanálisis con niños.* Miriam Valci **

Buenas tardes hoy voy a hablarles de las modalidades de intervención en la clínica con niños, para esto voy a tomar las tres modalidades que comúnmente usamos con los niños que son: el dibujo, el juego y el decir. El tema es saber usar estos recursos, tienen que tener una finalidad, no son porque sí.
Hablar de la práctica analítica con niños no requiere pensar en ninguna especialidad, sino que vamos a hablar de una practica, de un discurso analítico y sabemos que lo que tiene este discurso es el deseo del analista, esta es su singularidad. Entonces si no se trata de ninguna especialidad de lo que vamos a hablar es de la singularidad de esta práctica, y hablar de esta singularidad no solamente va a implicar que demos una vuelta por lo que es el concepto, sino que también debemos tener en cuenta la incidencia que esta practica tiene en nuestros tiempos, en cada época la practica tiene una incidencia diferente.
Podemos partir de que un sujeto esta llamado a ocupar un lugar en cierta habitación que no es otra que la del lenguaje. El lenguaje es un mundo que nos alberga cuando nacemos y en ese mundo somos esperados a ocupar un lugar que nos dice que vestido llevaremos a lo largo de nuestras vidas.
El lenguaje espera al sujeto en una precedencia lógica y este lenguaje se naturaliza en el discurso de los padres, pero también va a incluirse en la cadena generacional, donde el sujeto se ubica en un lugar determinado, en una línea generaciona
El sujeto es un efecto, una respuesta a la decisión que se produce en tanto y en cuanto esta encuentra condiciones de posibilidad en el modo en que ha sido hablado.
Respecto al trabajo con niños vamos a ubicar en principio que quien dirige la demanda no es el niño y es por eso que debemos considerar la indicación que nos da Lacan de ubicar el lugar que ocupa el niño en la pareja de los padres, lo cual trazara el camino de la dirección de la cura. En el trabajo concreto con niños vamos a utilizar tres vías para que el decir se articule, única posibilidad para que haya acto analítico, el juego, el dibujo y el decir.
Voy a hacer un pequeño recorrido para ubicar la clínica con niños:
Freud inaugura la pregunta acerca del niño, aunque no trabaja directamente con niños, es en el trabajo con adultos donde encuentra que la neurosis tiene sus orígenes en el desarrollo pulsional del niño. Sin embargo, a lo largo del trabajo de Freud se encuentra con dos niños. En 1905, un niño de cinco años llamado Hans, al que Freud tiene acceso gracias a las anotaciones del padre del niño.
El trabajo desarrollado por el padre de Hans a partir de las interpretaciones de Freud, mostró el camino para la pregunta e intentar comprender el lenguaje del niño e interpretarlo. Con este encuentro se hace un bosquejo de la técnica en la clínica con niños; lo que reveló que aunque el niño no se expresara con los mismos recursos simbólicos del adulto, comprendía el significado de las intervenciones, que generalmente eran efectivas.
Ante esto Freud en 1932 dijo: "Ha resultado en efecto que un niño es un objeto favorable para la terapia analítica: los resultados son fundamentales y permanentes(10)".
La observación del juego de su nieto, de 18 meses, se convirtió en el segundo encuentro, lo que permitió comprender a Freud que el juego no solo es placentero, sino que es utilizado por el niño para restituir las situaciones dolorosas:"Freud sostiene la diferencia entre la infancia y lo infantil. Definiendo la infancia como el crecimiento del niño en términos de biografía; en tanto que lo infantil apunta a lo rechazado, a lo que no se recuerda, y que es causa de los productos psíquicos. De esta manera lo infantil determina lo que se desarrolla como síntoma".
Es Jacques Lacan(1953-1980) quien resignifica el lugar del psicoanálisis, para el cual el dispositivo analítico no establece diferencia para el trabajo clínico con niños o con adultos, ya que apunta al sujeto del inconsciente.
Para Lacan el niño es un sujeto al que se le interrogan sus significantes, por lo que el analista de lo que no puede abandonarse es del estatuto de la palabra, e indagar la presencia del saber, goce, objeto causa de deseo; y cómo se ha ubicado el niño frente a estos.
En este punto se abre la pregunta por el estatuto del síntoma en el niño.
En la conferencia en Ginebra Lacan plantea que la fobia de Juanito es respuesta al goce y que el síntoma es la expresión, la significación del goce hétero del cual nada entiende por el hecho de tener cierto tipo de madre y cierto tipo de padre. Así el síntoma en Juanito sería un modo de tramitar el goce en más del cual no puede dar cuenta. Podríamos decir que si bien la fobia de Juanito responde a lo que no anda en la pareja le permite, como síntoma propio, separarse del Otro en el punto donde la fobia toma el relevo de la función paterna.
En Dos notas sobre el niño Lacan ubica el síntoma del niño o bien como representando la verdad de la pareja parental o bien la posición del niño revela la verdad del objeto del fantasma materno. Si articulamos la verdad tal como aparece en este texto a aquello que posteriormente enuncia como no hay relación sexual (como aquello que da cuenta de la castración), ¿qué de esto el síntoma del niño viene a dar cuenta? Ahora bien, para que el no hay relación sexual opere para el niño es necesario que se efectivice la operación de la separación. Tal operación consiste en que el sujeto a advenir ataca el punto débil de la cadena significante, donde se manifiesta el deseo del Otro, para el caso el Otro materno.
Dos movimientos solidarios constituyen esta operación. En principio lo que ofrece al encuentro con la falta del Otro es su propia desaparición, ubicándose como aquello que falta al Otro (él se pierde para el Otro). Esto se completa en el punto donde se recorta un objeto de su propio cuerpo que va al lugar de dicha falta, lo que le va a posibilitar operar con su propia pérdida. Así la separación produce el encuentro con el S(A) como simultáneamente da cuenta de la localización y el recorte del objeto 'a'.
Esta operación es solidaria de la operación del NP en tanto la función paterna, a la altura del seminario 17, es trasmitir la castración. Gracias a la operación del NP el sujeto se interroga por el deseo del Otro. La separación implica confrontarse con el deseo del Otro, es decir con su barra.
Esto es que el NP permite nombrar el borde del agujero en la estructura. En el seminario 23 al cuarto lo llama síntoma. Entonces tendríamos que pensar que el síntoma es un modo de posicionarse frente al agujero.
La posición del niño al responder a lo que hay de sintomático de la pareja le obtura a ésta el encuentro con la castración, al tiempo que esto mismo no le permite al niño que la operación de separación sea operativizable (efectivizable) para él. Esto vale también cuando el niño se encuentra tomado por la subjetividad de la madre, pero aquí el compromiso es aún más radical. Entonces, ¿Qué función podría cumplir un síntoma propio para el niño? Esto es lo que se va a ponen en juego en la dirección de la cura, la construcción del síntoma propio.
El síntoma propio del niño podría dar cuenta de la separación. Si antes dijimos que el síntoma es un modo de posicionarse frente al agujero, ¿podríamos decir que el síntoma propio del niño es un intento de separación?. O para plantearlo de otro modo, ¿podríamos decir que el síntoma propio le permite al niño recortar el agujero allí donde su posición frente al Otro le impide el acceso a éste?
Es necesario diferenciar el síntoma del niño tanto sea respondiendo a lo sintomático de la pareja o a la subjetividad de la madre, del síntoma propio del niño. Así mismo si responde a la subjetividad de la madre el niño está más tomado en posición de objeto, entonces el trabajo analítico apuntará a la emergencia subjetiva, que será consecuencia de la instauración de la función paterna en la transferencia. Si responde a la pareja, el niño ya se encuentra en una posición más subjetiva, aunque sigue estando tomado por los significantes del Otro. El análisis, por la vía del juego, el dibujo y el decir, apuntará a la constitución en transferencia de un síntoma propio, que implica una posición propia en relación a su inconsciente.
Si como venimos diciendo el síntoma puede ser un intento más o menos fallido de separación, un modo de hacer operativizable la separación en la dirección de la cura sería apuntar a constituir un síntoma propio vía la transferencia. Síntoma propio implica que este tome el relevo de la función del padre. Que haya síntoma da cuenta que hay pérdida del objeto y por lo tanto están dadas las condiciones para la posibilidad de la construcción del fantasma donde quedará fijado el objeto apto para la satisfacción pulsional. Entonces ¿podría pensarse que el síntoma propio del niño permitiría la constitución del fantasma? El goce infantil se caracteriza, como dice Lacan en el Seminario 17, "por la fuerza de acumulación con respecto al objeto que constituye la causa del deseo, o sea el capital de libido que se acumula debido, precisamente, a la inmadurez infantil, la exclusión del goce que otros llamaran normal" . Algo de esta fuerza de acumulación podría ser perdida en tanto estén dadas las condiciones para la constitución del fantasma. Fantasma que le permite al sujeto abordar el encuentro con lo enigmático del Otro sexo en la pubertad, modalidad en la que se produce el encuentro con la castración en la adolescencia.
Vamos a ubicar entonces, al juego, el dibujo y el decir como escrituras que nos permiten, vía la transferencia, pensar el análisis, no en el campo de la significación, sino pensarlo como escritura de aquello que es imposible de escribir, que es la relación que cada uno mantiene con el falo. Tengamos en cuenta que tanto el juego como el dibujo en si mismo no son un lenguaje y tal como lo menciona Adriana Abeles, son un hecho de discurso y decir esto implica que deben ser posibles de ser leídos. El juego, el dibujo y el decir se leen.
¿Jugamos a que este palo es un caballo?... ¿Dale que estas sillas son un colectivo?...Hagamos de cuenta que yo soy tu mamá, si?...Voy a dibujar una nena con su papá y su mamá... Este tipo de propuestas muchísimas veces formuladas por los niños constituyen para el análisis la posibilidad de compartir un espacio de juego e ilusión. Para que este 'como si' se despliegue exige el acuerdo y aprobación de otro, la presencia de un otro real o imaginario. Mientras el juego se manifiesta el analista sostiene el espacio, esta ahí para soportar esa transformación que el niño produce mientras como sostiene Freud: 'va situando las cosas de su mundo en un orden nuevo, grato para él'.
El juego será el mejor remedio para la omnipotencia del Otro, porque en él se van poniendo en escena los objetos que sustraídos del propio cuerpo como objetos de goce parental, van armando encadenamientos simbólicos, entramados significantes que van constituyendo la estructura fantasmatica que concierne a la realidad.
Refiriéndose al juego del Fort-da, dice Freud: "fue una observación hecha de pasada" (...) "pasó bastante tiempo hasta que esa acción enigmática y repetida de continuo me revelase su sentido". Esta observación le permite a Freud concebir la compulsión a la repetición y el 'da', la resolución fantasmática a esa situación traumática.
El Fort-da se convierte en la primera realidad que el niño pone en juego, constituye un espacio entre él y la madre donde poder situar los objetos. El juego le permite al niño una satisfacción pulsional en ausencia de la madre.
Lo que llamamos saber jugar del analista, no se trata a mi entender de saber el juego, ni siquiera las reglas sino más bien de no estropear el juego con un saber que le quite al mismo creatividad y espontaneidad. El psicoanálisis le da crédito al decir más allá de lo dicho y reintroduce la dimensión lúdica de la palabra, como? Dándole lugar a los sueños, al lapsus, acto fallido, chistes y síntomas, entre otras manifestaciones inconcientes.
Respecto del dibujo, vamos a decir que es un conjunto de trazos que soporta el goce y el significante. Podemos dividirlo en dos: el dibujo-palabra y el dibujo-escritura. Los primeros, los dibujos-palabras serían aquellos que como establece Freud para el sueño, nos proponen un texto, un llamado al Otro, al analista con la intención de develar un enigma, algo que escapa a la posibilidad de ser dicho, formulando una pregunta, formalizando un síntoma. Los dibujos –escritura, por su parte serian del orden de una producción emética, el despliegue de una escena, aquella escritura sobre el papel que no plantea una interrogación. Este tipo de dibujos se encuentra mucho en los púberes quien realizan dibujos a modo de clichés, donde mas que abrir preguntas, se trata de mostrar lo imposible de ser dicho. Aquí tendríamos la vertiente del síntoma como letra de goce.
Así el movimiento de un análisis conduciría a que el niño tome una posición propia con respecto a los significantes que lo determinan, a que arme su propio síntoma, es decir un síntoma sostenido en su propia pérdida.
El síntoma se articula al falo, por lo tanto porta goce fálico separado del cuerpo. La letra escribe el vacío de goce: la castración.
El síntoma permite nombrar el vacío de goce, así como produce recuperación de goce por medio de la articulación significante propia del inconsciente. Por eso el síntoma le permite al sujeto una posición con respecto al inconsciente. Si la interpretación analítica apunta a vaciar ese goce, entonces enfrenta al sujeto con su vacío. Así la interpretación en el análisis con niños apunta a efectivizar la castración en el Otro.
Así el síntoma propio del niño le permite nombrar, ubicar el vacío por eso hace operativizable la castración para él, le permite asumir una posición frente a ésta. El síntoma de esta manera le posibilita al niño localizar y tener una versión del objeto 'a', le permite inscribir la pérdida de goce y operar con su propia pérdida en tanto separado del Otro, ubicándose en relación al S(A). Es en el análisis vía el juego, el dibujo y el decir que se va desanudando la palabra del síntoma que la porta. En el espacio del análisis es el lugar donde pueden ir cayendo los desgarrones del la historia y pueden ir interrogándose los acontecimientos.
El lazo de un niño con su analista se constituyen en cuanto comparten un espacio de ilusión, un teatro compartido, de ahí se constituye la transferencia que posibilita que emerja una verdad. Sabemos que la verdad sin trabajo analítico esta del lado del trauma, de lo que no puede ser inscripto.
El síntoma anuda lo no dicho con el deseo de saber y no saber de eso. La palabra liberadora no surge de la confesión sino que va naciendo de la elaboración lúdica, del despliegue de los recursos imaginarios del teatro infantil que permite una elaboración de de la angustia que hace que lo no dicho deje de ser imposible de ser oído.

*Disertación en el marco del curso 'Psicoanálisis con niños', organizado por la Secretaría de Extensión Universitaria de la Facultad de Psicología, U.N.R.
**Miriam Valci. Psicóloga. Psicoanalista y docente coordinadora del Curso Teórico con Práctica Asistencial en Hospitales Públicos dependiente de la misma Secretaría de Extensión Universitaria.

Dos notas sobre el niño*. Jacques Lacan

Estas dos notas manuscritas entregadas

por Jaques Lacan a la Sra. Jenny
Aubry en octubre de 1969, fueron publicadas
por primera vez por ella, con mi autorización,
en un libro suyo aparecido en 1983.
Jacques-Alain Miller

En la concepción que de él elabora Jacques Lacan, el síntoma del niño está en posición de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar.

El síntoma, y este es el hecho fundamental de la experiencia analítica, se define en este contexto como representante de la verdad.

El síntoma puede representar la verdad de la pareja familiar. Este es el caso más complejo pero también el más abierto a nuestras intervenciones.

La articulación se reduce mucho cuando el síntoma que llega a dominar compete a la subjetividad de la madre. Esta vez el niño está involucrado directamente como correlativo de un fantasma.

Cuando la distancia entre la identificación con el ideal del yo y parte tomada del deseo de la madre no tiene mediación (lo que asegura normalmente la función del padre), el niño queda expuesto a todas las capturas fantasmáticas. Se convierte en el “objeto” de la madre y su única función es entonces revelar la verdad de este objeto.

El niño realiza la presencia de eso que Jacques Lacan designa como objeto a en el fantasma.

Satura de este modo, sustituyéndose a ese objeto, el modo de falta en el que se especifica el deseo (de la madre), sea cual fuere la estructura especial de este deseo: neurótico, perverso o psicótico.

El niño aliena en él todo acceso posible de la madre a su propia verdad, dándole cuerpo, existencia e incluso la exigencia de ser protegido.

El síntoma somático le ofrece a este desconocimiento el máximo de garantías: es el recurso inagotable para, según los casos, dar fe de la culpa, servir de fetiche, encarnar un rechazo primordial.

En suma, en su relación dual con la madre el niño le da, como inmediatamente accesible, aquello que le falta al sujeto masculino: el objeto mismo de su existencia, apareciendo en lo real. Resulta de ello que en la medida misma de lo que presenta de real, estará expuesto a un mayor soborno en el fantasma.

Por lo que parece al ver el fracaso de las utopías comunitarias, la posición de Lacan nos recuerda la siguiente dimensión.

La función del residuo que sostiene (y a un tiempo mantiene) la familia conyugal en la evolución de las sociedades, resalta lo irreductible de una transmisión –perteneciente a un orden distinto al de la vida adecuada a la satisfacción de las necesidades- que es la de una constitución subjetiva, que implica la relación de un deseo que no sea anónimo.

Las funciones del padre y de la madre se juzgan según una tal necesidad. La de la Madre: en tanto sus cuidados están signados por un interés particularizado, así sea por la vía de sus propias carencias. La del padre, en tanto que su nombre es el vector de una encarnación de la Ley en el deseo.


*Transcrito por José Vieyra del libro: Lacan, J. Intervenciones y textos 2, Manantial, Bs. As, 2007. p.p. 55-57

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El autismo infantil * . Fragmentos de una conferencia de Michel Silvestre**


Los autistas son sujetos difíciles... Es necesario decir que el autismo es una forma extrema de manifestación de las relaciones del ser humano con la palabra. Es asimismo una forma límite que interroga directamente los límites del psicoanálisis en el sentido en que el psicoanálisis no lo puede todo: es muy importante preguntarse si es pertinente aplicar psicoanálisis al autismo. 
En el fondo, con el psicoanálisis contamos con una herramienta que Freud pensaba sin duda como terapéutica, pero que evidentemente es también una herramienta de exploración del mundo, un modo de tomar los objetos del mundo y designarlos, de darles un nombre. A partir de entonces, existen efectivamente algunas extensiones posibles del psicoanálisis. 
¿A partir de qué momento el terapeuta, el psicoanalista, puede decidir que va a aplicar su herramienta? Con Meltzer, con los kleinianos, contamos con un modo de contornear la dificultad del autismo, justamente porque los kleinianos apoyan su experiencia en la relación de objeto. En eso son diferentes de los no–kleinianos, porque tienen una concepción del objeto que les permite, respecto al autismo, contornear la dificultad que es esa relación particular al lenguaje. 
Tenemos con el autismo, lo que se podría llamar un grado cero del ser humano. No se trata de ver allí la mínima peyoración ni un punto de vista moral sobre el ser humano. Si se define al ser humano como el animal que habla, el animal que debe confrontarse a la palabra y al lenguaje, el autismo estaría de cierta manera en el origen. Lacan escribió un artículo que se llama “Función y campo de la palabra y del lenguaje” es decir, función de la palabra y campo del lenguaje: es la palabra la que tiene una función y el lenguaje el que constituye el campo. El autista tiene problemas con la función de la palabra pero, por el hecho de tener parientes, una familia, vecinos, está de todas maneras, como todo el mundo, en el campo del lenguaje. 
(...)Introduciendo las cosas de este modo, estamos confrontados también al problema que obstruye la doctrina del psicoanálisis con niños –más la doctrina que la práctica– que es la cuestión del desarrollo. Podemos tener la sensación que con un niño no se tiene la misma relación respecto a lo que sería “la entidad sujeto” que con un adulto, por el hecho de que un niño está aún en devenir, es un sujeto en devenir. Los psicoanalistas tienen esta tentación de relacionar lo que sería el medio de su accionar –la función de la palabra– a un estado más o menos avanzado del desarrollo. Es decir que se preguntan siempre si su herramienta no está desincronizada en relación a las capacidades de entendimiento del sujeto. 
(...)Esta cuestión es importante porque desde que se está en la palabra, en el lenguaje, no se puede hablar más de instinto. Inmediatamente uno tiene que vérselas con la célebre trilogía: necesidad, demanda, deseo. No se puede abandonar la noción de necesidad, ya que existen necesidades impostergables: la alimentación por ejemplo, necesidad fisiológica. Pero desde que el sujeto de sus necesidades les hubiese encontrado una respuesta, tenemos en seguida que vérnosla con la demanda y el deseo. Vamos a retomar estas cuestiones, particularmente aquélla de la relación del autista con la demanda. 

(...)Los autistas son sujetos que se encuentran en el campo del lenguaje y debemos preguntarnos de qué manera podríamos introducirlos a la función de la palabra. Lo que resulta muy claro desde la primera descripción de Kanner, es que el autismo infantil no es un mutismo. Si es un mutismo, es un mutismo aleatorio, inconstante. En todo caso, su descripción, que descansa sobre veintiocho casos –para un científico es una buena medida– nos dice que solamente un cuarto de los casos no habla. Pero para ese cuarto de casos que no habla, ese mutismo es irregular. 

(...)El autista es un niño que parece no dirigir ninguna demanda. ¿Vamos a decir entonces que está fuera de la demanda? Me fastidia plantearlo de este modo, porque suponer que estaría fuera del campo de la demanda, llevaría a decir que está fuera del campo del lenguaje. En el fondo, todo el problema sería más bien plantear la hipótesis de que este niño está al contrario por completo en la demanda, en una demanda dirigida a Otro que de cierto modo es omnipresente y todopoderoso. Lo que conduce a lo que Meltzer llama el desmantelamiento, es el hecho que desde que hay una vacilación del lado del Otro, en ese momento hay un fortalecimiento del apartamiento, del aislamiento. 
(...)Por otra parte, pensaba que con los psicóticos adultos se podría hacer el mismo razonamiento. Pensar que no es con la interpretación que se llega a lo que sea. La interpretación le da una posibilidad al delirio de estabilizarse, pero esto no siempre funciona porque es necesario que los psicóticos estén dotados para ello. No todos los psicóticos pueden armar un delirio como se debe, un delirio acorde a la existencia. Se podría utilizar el mismo punto de partida: allí donde nos encontramos en los límites de la función de la palabra, terminamos dejando de lado la herramienta de partida freudiana, que era en cierto modo la relación entre algo reprimido y algo liberado. Si no contamos con eso es necesario encontrar otra cosa: con su obsesión particular del fantasma, los kleinianos encontraron algo... Para llegar a “pegan a un niño”, hace falta todo un trabajo de construcción y depuración mientras que justamente los kleinianos toman eso más bien por la otra vertiente, la de la producción fantasmática. El objetivo que se proponen no es hacer surgir un objeto que sería aquel del sujeto: se trata de imponer –es un acoso– que el analista, en lo que concierne a la cura, se constituya como objeto. Si se piensa que el autismo no tiene historia, que se trata de un sujeto sin historia, esto puede funcionar... 

* Articulo publicado en la revista Margen Analítico . Letra Viva.

** Michel Silvestre, psicoanalista francés fallecido en agosto de 1985.

El Psicoanálisis En Los Bordes*. Lic. Adriana Casaretto**

Sabemos que Lacan retoma la clasificación freudiana y sostiene que no hay pasaje de estructuras: Neurosis,  Psicosis y Perversión con sus mecanismos fundamentales: Represión, forclusión y renegación.
Dejaremos de lado en este escrito las referencias a la estructura perversa.
La represión  primaria es lo que va a dar la condición de posibilidad de la represión secundaria con su retorno y en este punto la facilitación de las formaciones del inconsciente (síntoma, lapsus, chiste, sueño, etc.)
La forclusión del Nombre del Padre va a dar lugar a que lo forcluido en lo simbólico retorne desde lo real a la manera de los fenómenos elementales.
Pero todo esto que  teóricamente pudo establecerse no da cuenta de toda una franja de fenómenos que presentan cada vez más, los pacientes que llegan a consulta y que dan por  tierra con estas clasificaciones tan prolijas.
Los postfreudianos, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, encontraron la repuesta al problema refiriendo los “núcleos psicóticos”. Muchos núcleos implican una psicosis, pocos, neurosis y si hay más o menos, se trata de un paciente “borderline”. Esta respuesta da por supuesto el pasaje de estructuras en tanto se modifique la cantidad de núcleos hallados, En la categoría entraban principalmente los pacientes actuadores: psicópatas, caracterópatas, cleptómanos, adictos, anoréxicas, bulímicas y jugadores compulsivos.
Desde muy temprano en su enseñanza J. Lacan introdujo el concepto de significante del Nombre del Padre; este opera o no. La ley del significante es del todo o nada y su reultado es o Neurosis (todo) o Psicosis (nada). Esto elmina la posibilidad de pasaje de estructuras y con ello la categoría de los pacientes “borderline”. Pero lo que no logra eliminar es toda una franja de pacientes que tiene un modo de presentación muy particular.
Son sujetos que no se preguntan por sus síntomas o que directamente no tienen síntomas en el sentido de las formaciones del inconsciente. Sus dolencias no los interrogan y por lo tanto no hay una pregunta dirigida a un Sujeto supuesto Saber y es más, se encontraría muy dificultada también la posibilidad de establecer sólidos lazos transferenciales. Entonces, actuación versus síntoma que deriva en la imposibilidad de la demanda de análisis.
Convendría, por lo tanto, poder detectar dentro de qué estructura se halla el fenómeno para decidir cómo maniobrar con él.
La vía significante-formaciones del inconsciente, sublimación y creación, sirven de paliativos para el dolor de existir, para el malestar en la cultura; cuando ésto no funciona demasiado bien, el sujeto apela a otros paliativos como pueden ser la droga, el alcohol, el juego, la comida. Pero no es lo mismo -por ejemplo- el recurso al alcohol al modo de una suplencia del Nombre del Padre dentro de una estructura psicótica, que el mismo recurso en una estructura neurótica en la cual se trataría de alcanzar algo del orden del falso ser (soy alcohólico) que en una mejor condición constitutiva, podría obtenerse con el recurso al fantasma. Este punto lo retomaremos más adelante.
Con lo dicho hasta aquí se abren muchas posibles líneas de investigación; a los fines de este escrito elegiremos  tan sólo una y será intentar alguna formulación de lo que sucede en la estructuración de éstos sujetos en los bordes de la neurosis.
Si convenimos que en ellos ha operado el significante del Nombre del Padre, habrá que dar cuenta de cómo se llevó a cabo su estructuración, para que se produzcan estas peculiaridades.
El hijo ocupa para la madre un lugar en su deseo; en su falta ocupa el lugar del falo. El padre, en un primer momento, va a decir que no a ese deseo y, en un segundo tiempo, el sujeto tendrá que hacer el duelo por el lugar perdido. En su constitución subjetiva, este duelo por ese lugar de falo le permitirá ubicarse como sujeto de deseo.
Si un padre prohibe a la madre reintegrar su producto pero resulta que la madre no tiene interés en reintegrarlo ¿Qué sucede? Se podría decir que el corte del goce por el significante del Nombre del Padre operó en ese primer  tiempo, pero, ¿Cómo se cumpliría el segundo tiempo, el duelo, si el sujeto no ha ocupado el lugar de falta para el Otro materno?
Si el duelo se produce, como resultado hay la identificación con el objeto que al Otro le falta. Arrojado de su lugar de falo se identifica en el fantasma con el objeto que le falta al Otro y así adquiere un falso ser que le da consistencia al sujeto y al Otro en tanto completo.
El frustrado alojamiento en el Otro produce la imposibilidad del duelo (no se puede perder lo que nunca se ha tenido) y con ello una falla en la constitución fantasmática que estaría en relación con la problemática de los pacientes que están en los bordes de la neurosis. Buscan paliativos, como antes referimos, y está en juego toda una gama de actuaciones intentando golpear la puerta del Otro para encontrar alojamiento.
Es necesario ajustar lo dicho sobre la inclusión del sujeto en el deseo materno, porque si se afirma que no funciona, estamos en el campo de la psicosis. Como referimos, el primer tiempo se ha cumplido, pero el segundo, el del duelo que precipita en la adecuada constitución fantasmática ha fallado de tal manera que no le permitiría al sujeto poder apelar a las formaciones del inconsciente, a la vía sintomática  y con ella a la neurosis de transferencia, alojado en lo que clásicamente definimos como neurosis histérica u obsesiva, o fobia.
Lacan, en el Seminario XI plantea dos tiempos en la constitución subjetiva: alienación y separación, pero hay que nombrar un  tiempo intermedio en el que el sujeto tiene que poder preguntarle al Otro si puede perderlo, si ocupa el lugar de su falta.
Dice que el sujeto ataca la cadena en su punto más débil, en el intervalo de los significantes del Otro; allí lo que se halla es el deseo del Otro. Lo que no es formulado por los significantes de la demanda pero, que sin embargo la causan, se encuentra en el intervalo. Éste tiene que existir, estar abierto, para que el sujeto se ubique identificado al objeto colmando este lugar de falta en el Otro.




Por todo lo dicho hasta acá ¿deberíamos concluir que son pacientes inanalizables?
Si de la clínica se deduce que con ellos las maniobras habituales para instalar la demanda de análisis no funcionan, habría que estar muy atentos a lo que Lacan formula en el Seminario X con respecto al modo de tratamiento del acting-out en el sentido de “lograr que el elefante entre en el cercado”. Se trata de generar las condiciones para la producción de un intervalo que haga límite al abismo y eso deberá producirse en relación con la presencia real del analista. Y a la pregunta ¿puedes perderme?, que indica la posibilidad de alojamiento en el Otro, lograr encontrarle una respuesta afirmativa antes de que sea demasiado tarde.


                                                                  
BIBLIOGRAFIA
·         Lacan J. Seminario Nº 3 - Las Psicosis -Ed. Paidós - Barcelona - España 1984.
·         Lacan J. Seminario Nº 10 .
·         Lacan J. Seminario Nº 11 - Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis -Ed. Paidós - Buenos Aires - Argentina 1987.
·         Haydee Heinrich - Conferencia Centro Dos 23/08/94 - Zona de Riesgo en el Borde la Neurosis.
·         Haydee Heinrich - Zona de Riesgo - Trabajo presentado en las jornadas 20 Aniversario -Escuela Freudiana de Buenos Aires - Agosto / 94.


* Artículo publicado en el libro ”LOS BORDES EN LA CLÍNICA” – Compilador Osvaldo Delgado - Editado por JVE EDICIONES – Colección Manuales de la Práctica - Setiembre 1999.

**Lic. Adriana Casaretto. Psicoanalista . Fundadora y Directora de la Fundación Causa Clínica.




lunes, 8 de septiembre de 2014

El Psicoanálisis, los Discursos y la Institución*- Lic. Adriana Casaretto**

Voy a desarrollar algunas nociones generales sobre los cuatro discursos para introducir una puntuación más detallada sobre el discurso del amo y el discurso del analista, concluyendo luego con algunas reflexiones acerca de la convivencia del psicoanálisis y la institución.
El tema de los discursos no es un tema simple. Si bien Lacan lo aborda de lleno en el Seminario XVII, ya hay antecedentes en el Seminario XI, retomando la temática en la continuidad de su obra.
Empecemos por una definición de a qué llamamos discurso. Tiene que ver con la lengua hablada, funciona como aparato regulador del goce y es sinónimo de lazo social. Cuando le da la categoría de concepto dice “el discurso es un lazo social”. Indica la regulación del goce en la relación del sujeto con el otro.
Está en relación con la lengua hablada pero la excede, puede haber un discurso sin palabras; ejemplo de esto puede ser el Superyó que funciona silenciosamente y otro la “Reacción Terapéutica Negativa”. En el punto donde se espera la resolución del padecimiento sintomático, se agudiza.
El discurso permite regular lo que tiene que ver con el más allá del principio del placer. El aparato cuenta con la palabra como medio para tramitar goce y también con el fantasma.
A los discursos los organiza en relación a cuatro lugares invariables:
Agente
otro
Verdad
Producción
La secuencia de los términos siempre va a ser la misma:
Agente: Es el lugar de dominancia, también se llama lugar del semblante y esto implica una diferencia entre lo que se es y lo que se representa. Por ejemplo, un juez aplica la ley, pero no es la ley. El agente tiene que ver con la causa, pero no es la causa. La causa está entre el agente y la verdad.
otro: Está escrito con minúscula porque la relación es del sujeto con el semejante, pero a su semejante el sujeto le atribuye los rasgos del gran Otro. Este gran Otro no existe, es una función en relación con el Otro materno, primordial, determinante en el estilo de goce que resulte según las condiciones de la estructuración de dicho sujeto.
Producción: Es lo que precipita como resultado de la relación del sujeto y el otro. También es llamado el lugar de la pérdida, por la tramitación de goce que se produce en el lazo social.
Verdad: La verdad no es lo real; es algo discursivo que alcanza lo real de forma incompleta. Lo real es lo imposible, con lo cual la verdad será lo que del significante alcance a morder lo real. Es así como la verdad sólo puede ser dicha a medias. Los discursos son cuatro:
Histérico
Amo
Universitario
Del analista
$
S1
S1
S2
S2
a
a
$
a
S2
$
a
S1
$
S2
S1
Siempre se trata de cuatro matemas que van rotando por todas las posiciones. El pasaje de un discurso a otro se produce por rotación de un cuarto de giro en sentido del giro de las agujas del reloj.
Voy a hacer una breve referencia a los términos que definimos como matemas:
S1: Significante amo, significante unario que comporta el rasgo distintivo peculiar del sujeto, significante del goce. Surge en el campo del Otro y representa al sujeto para otro significante. Funda la cadena, funda la subjetividad. No se puede prescindir de los significantes del Otro, ni del goce que comportan.
Cada significante es en sí mismo uno, el unario es el más importante de todos; está por fuera de la batería pero es la condición de posibilidad de la batería.
S2: Define al saber inconsciente, a la batería significante, al conjunto de los significantes. La modalidad de la estructura significante es binaria; hay S1 y S2, no hay S3 o S4, proceden de uno en más. Son unidades discretas que funcionan como pares de oposiciones, el S1 es lo que no es el S2 y recíprocamente.
$: La famosa definición “un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante” da cuenta de que el sujeto está dividido entre significantes y como efecto del deslizamiento entre significantes, queda por debajo de la barra. Sujeto dividido por la barra de la represión primaria instituyente, dividido entre lo que dice y lo que sabe, por su síntoma, por el objeto.
a: Según Lacan, su único invento. Su presencia es causa de goce y su ausencia causa de deseo. También tiene muchas definiciones, es el objeto de la pulsión en su modalidad anal, oral, escópica e invocante. Es producto de la cadena significante.
¿Qué quiere decir arriba o debajo de la barra?
La barra escribe la operación de la represión. Si los discursos dan cuenta de la relación del sujeto con el otro, entonces la barra indica que no se trata de la relación de un yo a otro yo, de una conciencia a otra; cada uno de los sujetos en juego es sujeto del inconsciente.
Arriba de la barra se ubica lo manifiesto, lo que se puede advertir como funcionamiento discursivo del lado del texto; lo que queda por debajo es lo reprimido, lo poco advertido.
Todos los discursos guardan en su combinatoria fija de letras un imposible (arriba se ubica lo imposible, abajo la impotencia) cada discurso resguarda, atesora, respalda un imposible.
Discurso del amo: El imposible de gobernar lo real.
Discurso de la histérica: El imposible de hacer desear.
Discurso universitario: El imposible de educar lo real.
Discurso del analista: El imposible de analizar.
Freud habla de las tres profesiones imposibles, Lacan agrega la de hacer desear. Si se pretende gobernar, hacer desear, educar, o analizar sin resto, se cae en la impotencia.
¿Qué significa asumir lo imposible? Estar advertido profundamente de que lo real es este resto que escapa a toda captura imaginaria.
Discurso del amo:
S1
S2
$
a
El discurso del amo es también el discurso del inconsciente. El que comanda, el agente es el S1, que representa a un sujeto para otro significante el S2 que se ubica en el lugar del otro.
De qué saber se trata? Del saber del goce del Otro. El sujeto queda dividido por efecto del significante en el lugar de la verdad y como producto de la operación queda un resto el objeto “a”.
En este discurso para el amo no es algo muy advertido que su causa esté entre el agente y la verdad
S
1 ;
$
no está muy atento a su división. Suele creer que él opera el lugar y es el amo sin falta, ignorando que el fantasma sostiene su realidad.
Al amo le interesa que las cosas marchen, funcionen. Una cosa es el saber y otra cosa es el comando del saber.
Lacan al abordar este discurso se refiere a la cultura griega de la antigüedad. Allí, en el lugar del otro S2 estaba el esclavo que era parte de la familia y poseía el conocimiento de los oficios. Su pertenencia, su función, se definía por ser el que trabajaba y por lo tanto poseía el saber sobre el goce. Había que transferirle el saber sobre el goce al amo, y el esclavo trabajaba para eso.
El amo que todos solemos creer que es un gozador bárbaro más bien es un esclavo de su posición. Debe velar para que no se le quiebre nada y esto se le complica por no poder subjetivar su límite.
Lo habitual es referirse a la connotación negativa de este discurso, pero hay que considerar que es el que permite la regulación de la ley y por lo tanto habilita lo referente a la organización;  en tal sentido, es necesario, al igual que los otros tres para que el lazo social esté regulado. Imagínense la función paterna ejercida democráticamente, pensemos en un niñito que discuta con su padre las cuestiones del incesto.
Niño: Yo me quiero acostar con mi mamá!
Papá: Pero no.... hijo! Eso no se puede!
Niño: Pero yo quiero!!!
Papá: Pero no!
Niño: Pero sí!!!!
¿Cuál es el resultado más probable? Una fobia grave.
Hay ciertas características de los sujetos que hacen que puedan o no ocupar ese lugar, pero este discurso funciona en todas las estructuras pasibles de discurso: Obsesión, Histeria y Perversión. La diferencia en los resultados de la funcionalidad de este discurso estarán en relación a si se miden o no las consecuencias de lo que se realiza.
El amo que conviene sabe que no se puede gobernar sin resto, sabe que es imposible comandar el saber si no se tiene en cuenta el límite estructural que impone lo real.
Pasemos ahora a referirnos al Discurso del Analista:
Discurso del Analista:
a
$
S2
S1
Es el revés del discurso del amo, lo que allí se oculta, aquí se muestra, los términos que estaban abajo pasan arriba en forma invertida y viceversa.
Es el discurso que impulsa el acto analítico. En el momento en que el analista lleva a cabo su acto, esa combinatoria de letras está dirigiendo el juego. Luego de ese acto habrá una nueva rotación y aparecerá el discurso del amo que es el del inconsciente, o el de la histérica que es el de hacer desear y también el del analizante o el universitario que es el del saber.
En el lugar del agente se encuentra el analista semblanteando el objeto “a” como causa de deseo.
Un análisis avanza a través de sucesivas rotaciones por los distintos discursos en los cuales el analista quedará posicionado por el devenir transferencial como sujeto, como S1, como S2, como objeto “a” semblanteando la masa de goce que comanda el sujeto, hasta arribar en el discurso del analista; éste es el último en aparecer y allí el analista pasará a  semblantear al objeto “a” causa de deseo.
El análisis no cambia sólo la posición del sujeto en la estructura, lo cual es fundamental, sino que también cambia la posición del objeto. El objeto “a” pasa de ser un deyecto gozado por el Otro, a ser causa vacía de la división del sujeto deseante.
En el lugar del otro (Otro) aparece ahora el sujeto dividido que hace al Otro no todo. El sujeto dividido que emerge como sujeto deseante, estará disponible para la creación y para el cambio de discurso.
Esta variación discursiva  es lo óptimo, lo complicado es la persistencia en un discurso, la rigidez discursiva. La posibilidad de rotación indicará la flexibilidad subjetiva. Se tratará de un sujeto que podrá variar sus pasos (gobernar, analizar, educar, hacer desear).
En el lugar de la producción que Lacan también llama el de la pérdida por la tramitación de goce que el funcionamiento del discurso produce, aparece el significante unario.
Aquí no está  comandando como en el discurso del amo, sino que es  algo que se ha logrado producir, extraer,  con la chance de poder acceder a otro estilo de significante amo, un significante menos tonto, más descristalizado. Este movimiento implica pérdida de goce.
Al lugar de la verdad va el significante binario del saber inconsciente; soporta sobre sí al objeto “a” que este discurso hace reinar (recordemos que la causa del discurso está entre el agente y la verdad). Esto tiene como consecuencia relación más eficaz con la masa del saber por parte del sujeto. Podríamos decir mayor permeabilidad con lo inconsciente.
¿Cómo se llega a ocupar el lugar del agente en el discurso del analista? Por el propio análisis, habiendo dado muchas vueltas por los cuatro discursos, habiendo pasado por el quiebre del goce sintomático, por la pérdida de las posiciones yoicas, por la caída de las identificaciones, por los duelos, por las interpretaciones, etc., etc.
A los fines de este trabajo no desarrollaré ni el Discurso Histérico ni el Discurso Universitario para poder pasar a desarrollar algunas reflexiones acerca de la convivencia del psicoanálisis y la institución.
El primer interesado en que el psicoanálisis esté en la institución fue Freud; encontramos una referencia a ello en el texto “Los Caminos de la Terapia Analítica” en la famosa referencia a la aleación del oro puro con el cobre de la sugestión cuando se imagina la futura aplicación popular de la terapia psicoanalítica. Pensaba en al institución como lugar para que accedan al análisis estratos sociales que de otro modo no podrían hacerlo.
El psicoanálisis es “subversivo” y como tal suele resultar irritante para el poder de turno; por ello, a veces se refiere como necesaria cierta distracción del amo de turno para que el psicoanálisis sea posible en las instituciones públicas.
Por otra parte el psicoanálisis nace en relación a la falla del discurso médico; allí donde no se podía con el malestar que aquejaba a las histéricas, aparece otra forma de pensar la enfermedad. Freud pudo escuchar lo real del goce, descubrió que había un deseo inconsciente sosteniendo los síntomas. Escuchó lo que la medicina no escuchaba. Desde este enfoque podríamos plantear otra hipótesis. En las instituciones públicas estarían los analistas para hacerse cargo de lo que no termina de funcionar en relación con el límite del amo. El amo haciendo trabajar el saber para que las cosas marchen.
Cuando se trata de una institución privada donde los intereses del poder de turno quedan más despejados ¿Cuáles son los límites estructurales que ya Freud percibía?
En un tratamiento, en la necesaria intimidad del entre dos –paciente y analista- y lo que allí se genera como transferencia que actualiza la relación del sujeto con el gran Otro, la institución por estructura funciona como un tercero ineludible, produciendo distintos efectos.
La posición institucional puede ser la del máximo control, intentando regular en todo lo posible los tratamientos con pautas fijas e inamovibles, o tratar en su diagramación y dirección de minimizar los efectos institucionales permitiendo que el reglamento se flexibilice al servicio del desarrollo de las curas.
Un amo “advertido” sabe que un analista debe tener un margen de maniobra para poder conducir los tratamientos; sabe que si esto no sucede, si todo está pautado y no se puede atender a la singularidad del caso por caso se complica y desvirtúa la dirección de los tratamientos al menos en el sentido de un psicoanálisis (hay otras lógicas de abordaje en las que –tal vez– esto no sería tan conflictivo).
La advertencia del no todo gobierno para quienes dirigen estas instituciones, también debe funcionar en cuanto al grado de formación que poseen aquellos que están a cargo de la dirección de los tratamientos. La palabra “analista” soporta un uso demasiado generalizado y a veces ubicarla en el punto de partida de la formación, también puede llevar a excesos con variados resultados negativos. Uno de ellos podría ser que se busque en la institución la garantía del acto, conduciendo los tratamientos absolutamente referenciados a las normas institucionales. Así la institución queda ubicada como Otro garante y el analista “amparado” de su acto, en el peor sentido.
Para poder sostenerse en la función “deseo del analista” es necesario, como se señalaba anteriormente- haber dado unas cuantas vueltas por los cuatro discursos en el dispositivo del análisis personal. A mayor análisis, menor posibilidad de que los deseos, anhelos e intereses particulares de cada uno, obstaculicen el posicionamiento en el lugar que conviene a quien conduce una cura semblanteando el objeto causa de deseo.
No hace falta llegar al extremo de pensar que se podría tratar de intereses reñidos con la ética, ya sólo con desear “hacer el bien”, producir bienestar, estamos frente a un problema.
Ni hablar de aquello que se postula como un supuesto acto del analista y dónde por sus efectos, se observa que no se alcanza a despegar de las coordenadas imaginarias (por ejemplo, cuando alguien no puede pagar y se sanciona que pague más sin permitir que el análisis haga allí su trabajo para resolver el obstáculo que está operando).
La premisa no es el fin de análisis para poder conducir una cura, pero sí haberse analizado lo suficiente como para –al menos– tener detectadas ciertas complicaciones subjetivas que podrían entrometerse en oportunidad de estar dirigiendo un tratamiento.
Lo propio de una institución –sea cual fuere su objetivo- es estar regulada por el discurso del amo que representa a la ley en lo referente a la organización; si no hay regulación no es posible el orden necesario para funcionar. A veces, cuando se trata de una institución de orientación psicoanalítica y por cierto desvío de lo que se entiende por puesta en juego del deseo, se supone que se debería y/o se podría funcionar en relación a “según estén causados sus integrantes”. Esta creencia de mínima promete la falta de un funcionamiento orgánico institucional, habilitando las condiciones para el florecimiento de situaciones anárquicas, de caos y zozobra.
Si no se enmarca su funcionamiento estructurando su organización con pautas, límites, reglamentos, sino opera la ley, lo que se puede y lo que no, es imposible que la misma funcione. Por supuesto que se esperan distintos resultados según los objetivos que la institución plantee, pero se esperan resultados y hay que abocarse a producirlos. En la dirección de la institución psicoanalítica es necesario cierto “savoir fair” para permitir el florecimiento del discurso analítico conjuntamente con el desarrollo de las normativas. No todo reglamento pero no, sin reglamento.
La palabra “amo” per-se no resulta demasiado simpática. El discurso amo no goza buena prensa y es verdad que cuando el amo no está advertido de la imposibilidad del todo gobierno de lo real, se cometen excesos y muchas veces con consecuencias nefastas. Cuando el amo supone que es la ley y no que la representa, cuando no advierte que su causa está más allá de su persona y de su palabra se pueden producir estragos. En nuestra historia reciente tenemos un trágico ejemplo de ello con nuestros desaparecidos. Otro ejemplo digno de mención es el padre de Schreber.
Pero concretamente, ¿Qué quiere decir que el amo esté advertido? Estar advertido de la imposibilidad del todo gobierno de lo real es estar advertido de la castración.
La vida da oportunidades de lo más variadas para encontrarse con el límite de lo real. Ocasiones para “morder el polvo”, como se suele decir. Esto produce marcas en los sujetos y – en el mejor de los casos – hace mella en la omnipotencia y el narcisismo que operaba en los tiempos de “su majestad el bebé”. Otra vía de acceso privilegiada para la subjetivación de la castración es el atravesamiento de un análisis.
No hay que descontar tampoco las características personales de quienes en el funcionamiento de este discurso amo estén ocupando el lugar del agente, incluyendo entre ellas qué estructura portan. No es lo mismo, por ejemplo, un amo neurótico que un amo perverso.
Y ahora, en relación a lo que una institución tiene para aportar a la formación de un analista, es de subrayar la importancia del pasaje por alguna, sea a la manera de la concurrencia, la residencia, la visitancia, o por un dispositivo de formación que plantee el trabajo epistémico articulado con el desarrollo clínico.Si la institución que brinda la posibilidad de la práctica clínica está diagramada en los lineamientos del psicoanálisis aplicado, proporciona una intensiva experiencia. Allí se tiene acceso a situaciones clínicas que mayormente no llegan a los consultorios privados; también es relevante la posibilidad del contacto con la clínica de muchos colegas en los diversos dispositivos instituidos (supervisiones, ateneos, reuniones de equipo, etc.) ello permite una comunidad de experiencia que sedimenta el camino de la formación.
La formación del practicante novel se ve facilitada cuando se da la oportunidad de la conjunción de la práctica clínica con el trabajo de textos y la supervisión de casos ya que de ese modo se abordan dos de los tres pilares que  Freud y Lacan instituyeron: el análisis personal, la supervisión (que implica la dirección del tratamiento) y la investigación.


*- Artículo publicado en el libro “VARIANTES DE LA CONSULTA AMBULATORIA” – Compiladora Alicia Donghi - Editado por JVE EDICIONES – Colección Manuales de la Práctica –

**Lic. Adriana Casaretto. Psicoanalista . Fundadora y Directora de la Fundación Causa Clínica.