Melina Romero fue presentada,
como muchos otros jóvenes pobres, por sus carencias: ni estudiaba, ni
trabajaba, ni era una "buena adolescente". Confirmada su muerte, hoy
no es una buena víctima. Para Ileana Arduino, abogada con experiencia en políticas
de género, el caso Melina es la consecuencia de modos de relación dominante:
vivimos en sociedades que enseñan a las niñas a no ser violadas en lugar de
enseñar a los varones a no ser violadores.
1. Una niña de 17 años aparece
embolsada en plástico negro, sumergida en aguas podridas del conurbano
bonaerense, abonando así al rito ya reiterado de cuerpos de mujeres tratados
como basura. Como un acto reflejo, la misoginia motorizada por la maquinaria
comunicacional hegemónica abusa de su extendida empatía, apunta y dispara, sin
rodeos hacia ella (s).
2. Asistimos por estos días al
discurso que se concentró en la víctima con oscilaciones más o menos explícitas
hacia otra mujer, su madre. La condición policial del padre, que atendiendo el
lugar de los hechos y la tradición de crímenes mafiosos que atraviesa a la
institución que integra podría habilitar las más diversas especulaciones, fue
puesto en la escena mediática al solo efecto de reforzar cuán desobediente,
cuán desafiante ha sido esa niña y sus opciones de vida.
3. Ese empecinamiento en culpar a
la víctima resurge con un vigor intacto y excede la irresponsabilidad
individual o corporativa de quienes lo han expresado. Desde que se ha
reconocido a la dimensión simbólica y la expresión mediática como formas de violencia
de género, hubo conquistas y avances, pero casos como el de Melina marcan cuán
difícil es el camino para la remoción de los dominios del patriarcado. La
reinstalación de estos discursos que culpan a la víctima es una oportunidad
para insistir respecto de algunas otras cuestiones que suelen quedar opacadas
por la violencia del hecho ocurrido y neutralizadas por la provocación
discursiva.
4. El mecanismo busca reforzar la idea de que aquellas chicas que asuman
lo que en los varones es visto como atributo sean responsabilizadas por ello,
por pasar sus días buscando, parafraseando a Lydia Lunch, satisfacción, o peor
aún, su satisfacción. No importa si esas son las circunstancias del caso de
Melina, pero en todo caso la oportunidad, y lo poco que se sabe acerca de dónde
fue vista, fueron desprolijamente amalgamados en una serie de lugares tan
comunes como sexistas. A pocos días de sus desaparición, Melina empezó a ocupar
la escena bajo una serie de expresiones negativas, muy en línea con esa
operación ideológica que reduce la biografía de los y las jóvenes pobres a ser
definidos por la carencia, los “Ni Ni”. Ella ni estudiaba, ni trabajaba, ni era
una buena niña, por lo tanto no es hoy una buena víctima. 5. En este punto, basta con tomarse unos
minutos para evocar la forma en que Ángeles Rawson, del barrio de Palermo era
presentada públicamente para constatar que entre nosotros también es posible
encontrar aquella forma diferenciada de tratamiento categorizada con la noción
de “víctima blanca” en los Estados Unidos, lo que constituye casi una
redundancia. Todo lo que en el perfil público de Ángeles u otras “buenas
víctimas” aparece definido como pérdida de oportunidad, como vidas
inexplicablemente truncadas, “arrebatadas” se suele decir, en casos como el de
Melina, aparecen definidos como carencias, se las presenta como causas, y a
ellas como responsables. 6. Esta
distinción y el modo en que se refuerzan las diferencias políticamente
construidas y discursivamente reforzadas podría apoyarse, con ayuda de Judith
Butler, en las nociones de precariedad de la vida y la existencia diferenciada
según seamos o no dignos, o dignas, de duelo. Así, en el texto introductorio de
“Marcos de la guerra. Las vidas lloradas”, Butler enseña que la precariedad es
constitutiva de toda vida mientras que la precaridad es ya una condición
política inducida que diferencialmente expone a las personas. Podríamos
aventurar que entre ambas vidas, Angeles y Melina, hay una precariedad
compartida en términos de género, que converge con la precariedad diferencial
de Melina. Desde la presentación discursiva dominante, algunas pérdidas de vida
nos son presentadas como dignas de llanto, mientras muchas otras aparecen
condenadas a soportar una exposición diferencial a la violencia y la muerte, y por lo tanto, a ser sustraídas de la
solidaridad empática a través de una hiperdiferenciación entre ellas y
nosotros. Se configuran así escenarios
en los que, sin identificación afectiva debido a la ausencia de una “buena
víctima”, se presentan límites para la
reacción política. Esta reacción, señala Butler, está asociada al duelo frente
a la injusticia o la pérdida insoportable y, en tanto tal, podría conducir a
las transformaciones. Aquí existe un
amplísimo abanico de interpretaciones y lecturas posibles acerca de la captura
televisiva de los casos. Sólo por plantear una pregunta elemental: ¿qué
factores movilizan o paralizan una reacción social más amplia o condena a los
casos a licuarse en el olvido?
7. Retomando la cuestión desde
una perspectiva de género, cuando vemos la intensidad del reproche que le
dirigen a Melina y el recorte que sin azar hacen para perfilarla, es casi
imposible no evocar el comienzo implacable de “Paradoxia. Diario de una
depredadora” donde Lydia Lunch decía: “Los hombres – un hombre, mi padre- me
trastornaron de tal manera que llegué a ser como ellos. Todo lo que adoraba en
los hombres, ellos lo despreciaban en mí: indolencia, arrogancia, terquedad,
desafecto y crueldad. De naturaleza fría y calculadora, era inmune a todo lo
que no fuera mi propio interés. Nunca fui capaz de admitir las repercusiones de
mi comportamiento”. Ese padre, esos
hombres, el patriarcado capitalista o el capitalismo patriarcal en fin, están
ahí, operando social y culturalmente la construcción de las niñas como objeto
de consumo privilegiado. Y convocándolas explícitamente a construirse bajo la
premisa que impone una precoz hipersexualización de las identidades para luego
reducirlas a la cosificación más extrema.
Al mismo tiempo, aunque jerarquizados, los varones son, tal como enseña
Rita Segato en “Las estructuras elementales de la violencia”, presionados por
la moral tradicional y el régimen de estatus a reconducirse todos los días, por
la maña o por la fuerza, a su posición de dominación. Ambas trayectorias, por
razones distintas, son degradantes. 8.
Cuando resultan exterminadas por el dispositivo sancionador machista, si no
logran superar el estándar de la víctima acorde con las expectativas, serán
doblemente lapidadas, primero por sus victimarios, luego por el discurso
dominante que, tras machacar con que la clave del éxito está en la disposición
(para los demás) de sus cuerpos, en la misma operación las condena por
eso. Este último golpe de domesticación
es parte indispensable de esa violencia expresiva y como tal está dirigida a las que escuchan:
para que aprendan a ser buenas chicas y vean cuál es el lugar correcto, por
dónde circular y por donde no; y si aún las cosas van mal, al menos serán
confirmadas como buenas víctimas. Incluso si mueren, podrán ser víctimas
perfectas. Claro que si son blancas, ese es un camino menos escabroso. 9. El entramado de prácticas de sujeción
basadas en el género fluctúa entre la invisibilidad de la opresión
autoadministrada con la que nos regulamos y esa violencia expresiva que tiene
sus vectores en muertes como la de Melina. La reacción despiadada dirigida a
responsabilizar a la niña ofrece una música reconocible a quienes
ancestralmente estamos inmersos en estructuras sociales en las que la seguridad
de lo “femenino”, la preservación del cuerpo de ellas, es una responsabilidad
que les es asignada en primer lugar. A diferencia de otros bienes como el de
propiedad -que el Estado defiende como bien jurídico incluso si nosotros como
titulares nos opusiéramos a que el robo de lo que nos pertenece sea
investigado-, el cuidado del cuerpo femenino es, según se nos enseña desde muy
pequeñas, tarea primaria de las mujeres. Ese cuidado está sostenido por un
conjunto difuso de represiones, en particular aquellas que son administradas
por la vía de la autorregulación y la autocensura basadas en estereotipos,
conformándose así una primera malla de dominación hegemónica. Cuando ese tejido
no funciona o es desafiado por quienes debieran portarlo, aparece como recurso
privilegiado el reflejo de la responsabilizar a la víctima.
10. La investigación judicial
puede ser llevada de las narices por la performance de las coberturas
televisivas. Y así se complejizan las posibilidades de hallar una verdad que se
debe construir sobre la base de procedimientos que muchas veces no logran
conformar las ansias del rating. Antes que regular o mitigar a fuerza de avance
y eficacia las distorsiones comunicacionales, son los procesos judiciales los
que acaban marchando al ritmo del timing mediático. Para ocuparse de lo que ocurrió, habrá
tiempo cuando la atención se desvíe hacia otro lado, si es que la pérdida de un
tiempo inicial que todos repiten como determinante pero pocos respetan, puede
ser recuperado. Por lo pronto, además
de contradecir pautas humanitarias básicas, la circunstancia de que la familia
se enterara del hallazgo del cuerpo de la niña por la televisión advierte sobre
una desconexión sustantiva entre los responsables de la investigación y las
víctimas directas del caso. Ojalá ello fuera un aprendizaje tras aquel macabro
despliegue de aparato que supuso el hallazgo del cuerpo de Candela. Además de
convocar al Gobernador y la televisación en cadena nacional en vivo del
encuentro de la madre con el cadáver de su hija, el caso Candela dejó claro que
la escena del hallazgo y su custodia no formaban parte de las previsiones
elementales de los responsables de la investigación, lo cual sólo resultaría
excusable si el lugar no tenía relevancia alguna. Si es así y lo sabían anticipadamente,
entonces las explicaciones que deberían dar policías y fiscales involucrados
debería ser sobre cuestiones más problemáticas, algunas de las cuales aparecen
puntillosamente indicadas en el informe que, sobre el caso y sus irregularidades, llevó adelante el Senado provincial. El modo en que aparece espectacularizado el
caso en su tratamiento mediático, hacen inevitable la comparación con lo
sucedido con Candela. El destrato hacia el cuerpo en las circunstancias del
hallazgo es una continuidad de la violencia expresiva del crimen. También conduce a esa evocación y sugiere
reflexiones pendientes, la recurrencia de esconder el cuerpo durante varios
días y su aparición en una bolsa de basura, en algún rincón del conurbano
bonaerense. Claro que la edad de Candela, unos años más pequeña que Melina,
impidió que el tono dominante fuera el de su responsabilidad, asignada
completamente a su mamá. En Candela tampoco faltaron referencias a su
sexualidad, innecesarias y violatorias de su privacidad, que resultaron lo
suficientemente efectivas para ir esmerilando su condición de buena
víctima. 11. Resulta indispensable
contextualizar estas muertes violentas de mujeres y niñas no como una
excepcionalidad ni desconectadas de otras formas de violencia. No son hechos
monstruosos que irrumpen en una realidad que es sacudida por ellos, son
cosustanciales a los modos de relación dominantes, allí se gestan y están
contenidos. Son expresiones extremas de
configuraciones sociales y culturales en las que concurren violencias de
distinta intensidad, que se mantienen activas mediante pedagogías orientadas a
reforzar aquello que la militancia feminista denuncia a lo ancho del mundo:
vivimos en sociedades que enseñan a las niñas a no ser violadas en lugar de
enseñar a los varones a no ser violadores.
* Articulo de la revista Anfibia.
Universidad Nacional de San Martín.
El presente artículo si bien está escrito por un profesional abogada, consideramos importante la lectura del mismo ya que se vierten algunas conceptualizaciones que adhieren a la ética del psicoanálisis en relación al tema que aquí se trata.
**Ileana Arduino es abogada con orientación en Derecho Penal,
experta en seguridad y políticas de género. -Secretaria de Políticas de
Prevención y Relaciones con la Comunidad del Ministerio de Seguridad de la
Nación y Subsecretaria de Articulación con los Poderes Judiciales y los
Ministerios Públicos. Asesora de la Presidencia del Consejo Nacional de las
Mujeres donde desarrolló y coordinó el Programa de Escuelas Populares de
Formación en género. Es coautora de investigaciones sobre reformas procesales y
género. Fue consultora para el desarrollo de legislación penal con perspectiva
de género en República Dominicana y Guatemala.
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